El corredor de los soñadores

Publicado en por Manuel Venegas

EL CORREDOR DE LOS SOÑADORES

Me senté en el corredor de los soñadores, la noche junto al mar, aquella amplia sábana negra a la que nos aferramos buscando un “por qué” a preguntas que se ahogan en el alma. Buscamos solitarios la soledad, respuestas de la luna, las estrellas o el Dios del universo, agazapados en la orilla tratando de descifrar el sonido de las olas como mensajes misteriosos enviados por la esperanza.

Me recliné en la arena con la cabeza apoyada sobre las manos, cara al cielo. Comencé a procesar mis inquietudes ordenándolas de mayor a menor desasosiego.

La luna llena dibujaba un haz de luz ámbar sobre el mar placido, soldándose en mis pies que se remojaban sobre la espuma. La miré fijamente y le pregunté:

―¿No sé por qué te busco si realmente sé que no me responderás? También se que nunca me mentiras, que de eso ya estoy cansado.

Cerré los ojos esperando nada, silencio o una enigmática exclamación como por ensalmo.

―¡Tal vez sí!―declaró quedamente una voz clandestina.

Abrí los ojos, erguí la cabeza escarbando en la sombra de la noche tratando de descubrir quién osaba espiarme.

No había nadie.

―¡Sabes!―dije relajándome nuevamente―; siento miedo, pero no es porque me hallas respondido, mi temor es que quizás me esté volviendo loco.

―No crees en Dios―afirmó la luna―, ni en las señales de las constelaciones formadas por las estrellas, ni tan siquiera en la más trivial convicción de una entelequia superior a los mortales. Tan sólo crees en ti y ahora afirmas estar loco.

―¡Tú no sabes nada de mí!―renegué con acritud―. Me quedé sin trabajo, mi mujer me engaña, los que creía mis amigos me señalan y para colmo mantengo una conversación con la luna. ¡Qué ironía!

―No todo el mundo podrá presumir de hablar con la luna―repuso―. Pero te recomiendo que no lo digas a nadie.

Arrugué las cejas y recreé una sonrisa burlona.

―¡Ni loco! cómo crees…

―Por eso lo digo, pues te crees loco.

―Ciertamente, he de reconocer que no me siento de este mundo, quiero decir, que tal vez esté soñando.

―Mira a tu alrededor y dime lo que ves―sugirió la luna.

―El mar, el paseo marítimo y la ciudad a lo lejos. No sé que más decirte.

―Ese es el problema―observó la luna―, que no ves más allá de tu alrededor.

―Lo que me faltaba, batirme en pendencias con la luna―protesté cerrando los ojos.

―No te quedaste sin trabajo―declaró―: tú te alejaste de él, porque no viste más allá de tus propios lamentos, de tu seguridad en que el fin era irremediable. Tu esposa no te engaña, eres tú quien se alejó de ella excusándote en lo mal que la vida se comporta contigo. Tus amigos te señalan reclamando tu ausencia, tu ignorancia a la vida y compadecidos de tu persona.

―¿Cómo puedo creer unas palabras de la luna?... ¡Es irónico!

―No escuchaste a la luna, simplemente te escuchaste a ti mismo, a tu alma racional que despertó. Cuando abras los ojos, te darás cuenta de que encontraste en tu interior la respuesta a tus inquietudes que tan sólo con la fe, es posible.

Abrí los ojos y el panorama era el mismo. Volví a preguntarle a la luna pero nunca más me respondió. Tal vez fue un somero sueño. Levanté de la arena y comencé a caminar por el paseo marítimo sin dejar de mirarla y pensativo.

A los pocos minutos de recorrido me crucé con uno de los amigos a los que solía esquivar cambiándome de acera para no saludarle por miedo al rechazo. Le saludé y entablemos una larga conversación mientras le sonreía a la luna.

Llegué a casa y mi esposa estaba ausente, “como siempre”. Salí al balcón y nuevamente saludé a la luna la cual refulgió presuntuosa. Intuitivamente decidí regresar a la playa.

Me acerqué a la orilla y observé mis alrededores. Ahora si vi más allá de lo que creía ver. La sombra agazapaba de una mujer descansaba a escasos metros de mi. Me acerqué figurando cuando reconocí inesperadamente el semblante de mi esposa. Allí estaba, como cada noche que yo imaginaba una infidelidad, rezándole a Dios por nuestra unión.

Realmente sólo aceptamos lo que vemos. Todo en la vida requiere un paso más de lo que creemos suficiente y tras ella, le susurré al oído ante la presencia de la luna como único testigo.

―Hoy es el día de San Valentín, hoy quise refugiarme en la ilusoria compañía de los astros y hoy sin aprensión, correré la cortina de mi alma para recrearte con el floreo de mis sentimientos hacia ti. Necesito de tu mirada, de la certeza en la sonrisa y de tu mano en mi pecho. Necesito que tomes cada latido de mi corazón como versos rebosantes de amor.

―¡Yo te amo!―intervino ella―, pero aquel verso que me escribiste me inducía a tu desconfianza hacia mí…¿recuerdas estas expresiones?:

“Profundos son los sueños, que por amor sembré.
Más ya no anhelo ese fruto, que sin sabor me quedé.

Tierra, agua y esencia de amor, fueron mi consagración.
Pobre labrador de ilusiones fui, venerando tal adulteración.

Amante de todos, mujer de nadie, cuanta fe por placer.
Dueña de nadie, censurada por todos, mala semilla para mecer.

Mi alma se acerca y mi mente rehúsa tan desazonado amor.
Que aún teniendo tu beneplácito, mi ser denegaría aún con sudor.

Mi corazón galopa hacia ti, tomando las riendas de mi corcel.
Amansada está mi razón, que bien obedeció… olvidando tu querer.”

―¡Yo te amo!―declaré más sincero que nunca―: ¿y cuál será el castigo por mi bisoñez, por mi amarga cosecha de tan desazonado ciclo de mi vida?...Con la misma fuerza y falsedad de aquel verso, declaro la intensidad con la que ofrendo pasión hacia tu ser. No tengo trabajo, ni dinero para regalarte flores, pero del mismo modo que te di aquel primer beso con la mirada y no con riqueza, deseo que fundas tus labios en los míos, ahora que sobre ellos se deslizan lagrimas de amor cargadas de exaltación. No hay glosarios capaces de contener palabras para transmitir el amor, del mismo modo que no hay rosas con sentimiento. Pero tal día como hoy, San Valentín, ha descrito en mi alma, sin palabras, un torrente de emociones que tan sólo hayamos a comprender los privilegiados, tú y yo… ¡Te amo!

Etiquetado en Relatos

Para estar informado de los últimos artículos, suscríbase:
Comentar este post